Teniendo una vaga noción de cómo los caracoles en tiempos de humedad trepaban nuestros cuerpos llenando nuestra piel de un lubricante natural y verdoso empiezo a escribirte esta carta.
Guardando los boletos enrollados como cigarros en los bolsillos más inalcanzables de nuestras almas, allí donde uno solo busca de casualidad y termina hablando de destino.
Buscábamos siempre ser lo que no éramos no por una cuestión de mandato ajeno sino más bien por la lógica insatisfacción de respirar con los mismos pulmones cualquier viento.
No era una insatisfacción de hastío sino una búsqueda frenética por formatearse constante en los sueños, por eso quizás nos fuimos degenerando para recrear otros mundos donde el sol fuera visible sin arrugas, donde la luna no nos denunciara ningún atisbo romántico ni contemplativo, un reflejo de luz, igual de blanca, igual de bella pero mas presente, casi mas nuestra.
Sosteníamos alternadamente teorías insostenibles con tal de vernos aferrados a algo menos perturbable que nuestras parcas realidades de terremoto y sacudon.
A esa negación la llamábamos madurez.
Pasábamos horas frente a los ríos que caían de las montañas esperando que suceda eso que en las historias míticas sobra, pasábamos el tiempo juntos frente a frente como si estuviéramos obligados por algo inmanejable.
Las corrientes turbias del pensamiento desde siempre circularon nuestras mentes.
Pero los ríos tenían eso insostenible que les da la gravedad y bajaban sin cansancio por las cuestas, los valles, los montes, las quebradas… hacían de la tierra yerta una tierra con más vida, crecía el amor con la potencialidad franca de la muerte.
Todo en circulo inexplicable de tan simple, de tan así de estarse no más.
Y nosotros que venimos siendo hace siglos mucho mas que dos, mucho mas que un hombre o una mujer, venimos cayendo en lo estancado de un curso muerto, de un futuro signado de fracaso, y sonreímos por inercia, y no temo admitir que lo disfrutamos, amamos la vida con la mas sincera de la pulsiones de nuestro ser, pero eso no quita que todo este cayendo, mientras creemos poder observar ese río y su precipitación incontenible, nosotros somos también quienes caen por estos valles, por estos montes y quebradas abonando los suelos con nuestra historia de muerte, alimentando alguna idea chueca de la que nacerá alguna otra posibilidad, otra narración.
Rompiendo lo que edificaron las costumbres un día puntual de un año insignificante decidimos viajar solos.
Agarramos con nuestras manos, nuestros corazones, con la misma ternura con que se agarra cualquier visera, y los empapelamos de contac y cinta aisladora.
Ahora imperturbables con un DIU en el alma caminamos pretendiéndonos despreocupados, autosuficientes, indestructibles.
Somos ilusos, somos aun mas ilusos cuando nos burlamos del amor burdo de las canciones populares, somos ilusos que no se animan a largarse a la vida cruel y vertiginosa de la inocencia.
Masticamos libros de autoayuda con más sentido estético del hurto que bucay pero con la misma formula contra el desconsuelo del inconformismo porque no nos alcanza con lo verdadero y lo palpable que tenemos que andar buscando algún otro camino más entretenido y rebuscado. Y si.
Presente decimos mientras los cuerpos hagan sombra.
Y si.
Mientras los cuerpos hagan sombra aremos lo imposible para cubrirnos a la vera de otra sombra.
Y si.
Seremos plenos robándole la plenitud a otros entes.
Creceremos desparejos influidos de occidente y anhelando oriente, perdiendo todos los centros, todos los puntos, cualquier referencia, creceremos edificándonos en nuestra tibia Babilonia.
Y mientras el sexo siga siendo un postre tramposo y depravado, un pecado digno, los placeres estarán mas allá de nuestra tibia frontera de vida, y la cruzaremos pidiéndole perdón a alguien transparente, omnipresente como nuestra idiotez, somos hijos del rigor, somos nietos del castigo, somos sobrinos de la represión, padres del presente.
Con tal de que nunca nos volvamos a decir ni una palabra más, accedo a amarte desde el silencio, desde la distancia, a veces desde el odio.
Y otro día puntual de un año insignificante prenderemos un fuego con el mismo descuido con que respiramos y sentiremos que nuestros corazones, igual de sensibles que cualquier otra visera, estarán libres de sentir hasta la caricia más lógica de la muerte.
Sin condones en las manos abrazaremos lo que queda, lo que hay.
Juntos aremos del mundo una huerta, sembraremos una tracalada de niños y los veremos vivir.
Inocentes de toda culpa.
Culpables de toda libertad.
Sin frenos hasta la destrucción de otro viejo comienzo.
Guardando los boletos enrollados como cigarros en los bolsillos más inalcanzables de nuestras almas, allí donde uno solo busca de casualidad y termina hablando de destino.
Buscábamos siempre ser lo que no éramos no por una cuestión de mandato ajeno sino más bien por la lógica insatisfacción de respirar con los mismos pulmones cualquier viento.
No era una insatisfacción de hastío sino una búsqueda frenética por formatearse constante en los sueños, por eso quizás nos fuimos degenerando para recrear otros mundos donde el sol fuera visible sin arrugas, donde la luna no nos denunciara ningún atisbo romántico ni contemplativo, un reflejo de luz, igual de blanca, igual de bella pero mas presente, casi mas nuestra.
Sosteníamos alternadamente teorías insostenibles con tal de vernos aferrados a algo menos perturbable que nuestras parcas realidades de terremoto y sacudon.
A esa negación la llamábamos madurez.
Pasábamos horas frente a los ríos que caían de las montañas esperando que suceda eso que en las historias míticas sobra, pasábamos el tiempo juntos frente a frente como si estuviéramos obligados por algo inmanejable.
Las corrientes turbias del pensamiento desde siempre circularon nuestras mentes.
Pero los ríos tenían eso insostenible que les da la gravedad y bajaban sin cansancio por las cuestas, los valles, los montes, las quebradas… hacían de la tierra yerta una tierra con más vida, crecía el amor con la potencialidad franca de la muerte.
Todo en circulo inexplicable de tan simple, de tan así de estarse no más.
Y nosotros que venimos siendo hace siglos mucho mas que dos, mucho mas que un hombre o una mujer, venimos cayendo en lo estancado de un curso muerto, de un futuro signado de fracaso, y sonreímos por inercia, y no temo admitir que lo disfrutamos, amamos la vida con la mas sincera de la pulsiones de nuestro ser, pero eso no quita que todo este cayendo, mientras creemos poder observar ese río y su precipitación incontenible, nosotros somos también quienes caen por estos valles, por estos montes y quebradas abonando los suelos con nuestra historia de muerte, alimentando alguna idea chueca de la que nacerá alguna otra posibilidad, otra narración.
Rompiendo lo que edificaron las costumbres un día puntual de un año insignificante decidimos viajar solos.
Agarramos con nuestras manos, nuestros corazones, con la misma ternura con que se agarra cualquier visera, y los empapelamos de contac y cinta aisladora.
Ahora imperturbables con un DIU en el alma caminamos pretendiéndonos despreocupados, autosuficientes, indestructibles.
Somos ilusos, somos aun mas ilusos cuando nos burlamos del amor burdo de las canciones populares, somos ilusos que no se animan a largarse a la vida cruel y vertiginosa de la inocencia.
Masticamos libros de autoayuda con más sentido estético del hurto que bucay pero con la misma formula contra el desconsuelo del inconformismo porque no nos alcanza con lo verdadero y lo palpable que tenemos que andar buscando algún otro camino más entretenido y rebuscado. Y si.
Presente decimos mientras los cuerpos hagan sombra.
Y si.
Mientras los cuerpos hagan sombra aremos lo imposible para cubrirnos a la vera de otra sombra.
Y si.
Seremos plenos robándole la plenitud a otros entes.
Creceremos desparejos influidos de occidente y anhelando oriente, perdiendo todos los centros, todos los puntos, cualquier referencia, creceremos edificándonos en nuestra tibia Babilonia.
Y mientras el sexo siga siendo un postre tramposo y depravado, un pecado digno, los placeres estarán mas allá de nuestra tibia frontera de vida, y la cruzaremos pidiéndole perdón a alguien transparente, omnipresente como nuestra idiotez, somos hijos del rigor, somos nietos del castigo, somos sobrinos de la represión, padres del presente.
Con tal de que nunca nos volvamos a decir ni una palabra más, accedo a amarte desde el silencio, desde la distancia, a veces desde el odio.
Y otro día puntual de un año insignificante prenderemos un fuego con el mismo descuido con que respiramos y sentiremos que nuestros corazones, igual de sensibles que cualquier otra visera, estarán libres de sentir hasta la caricia más lógica de la muerte.
Sin condones en las manos abrazaremos lo que queda, lo que hay.
Juntos aremos del mundo una huerta, sembraremos una tracalada de niños y los veremos vivir.
Inocentes de toda culpa.
Culpables de toda libertad.
Sin frenos hasta la destrucción de otro viejo comienzo.